Apología de la ocupación

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Iñaki Egaña

El senador Juan María Bandrés, que murió en 2011 siendo militante del PSOE, señaló que «la presencia de las Fuerzas de Orden en Euskadi es, de por sí, una provocación».

Cuando las tropas fascistas entraron en los últimos refugios vascos republicanos describieron su relato con la firma de «Ejercito de Ocupación». La rúbrica no fue literatura, sino todo lo contrario. En 1940, según el INE, el 1,63% de la población vasca eran policías, guardia civiles o militares, 20.187 agentes. Una cifra de escándalo. Resultó, sin embargo, que con la desaparición de la dictadura y la restauración monárquica de 1978, las cifras policiales en Hego Euskal Herria continuaron siendo de Libro Guinness.

Aún en 2014, el año que ETA comenzó el sellado de su arsenal (por si alguien utiliza su comodín como excusa de la presencia policial), 17.563 policías (incluidos guardias civiles y excluidos agentes municipales) copaban las comisarías y cuarteles de los cuatro territorios vascos peninsulares. Un 0,63% de su población, o lo que es lo mismo 703 policías por cada 100.000 habitantes. La presencia más alta de la Unión Europea y sus aledaños, cuya media era de 388. Continuaban con la poca literaria referencia de «Ocupación».

Muchos de los agentes solicitaban voluntariamente su destino en «Vascongadas y Navarra» por razones ideológicas, aunque la mayoría por cuestiones económicas: vacaciones dobladas y pluses de peligrosidad, como si Bilbao fuera Kandahar e Iruñea Aleppo. Sus cuarteles se convirtieron en bastiones con alambradas y llegaron a crear verdaderas ciudades en miniatura, como la que edificaron en el barrio donostiarra de Intxaurrondo. Congeniar con la población autóctona era peligroso, según los manuales al uso.

Llegaron por la puerta grande, como un elefante en una cacharrería. La Guardia Civil se hizo cargo de la detención, tortura y ejecución del arrasatearra Isidro Iturbe, que tuvo la ligereza de hablar en euskara por la calle a su esposa. En Villafranca, un sargento benemérito decapitó a Agustín Arana. En Gasteiz, los agentes mataron al poeta Lauaxeta y en el Bidasoa, cuando lo cruzaba para poder pelear en EEUU, al boxeador Víctor Belandia. En el cuartel de Lodosa apalearon hasta la muerte a Felipe Salvatierra, por vivir amancebado con una mujer. Aquiles Cuadra, alcalde de Tudela, fue muerto por agentes de verde por pedir en un pleno la retirada de la Guardia Civil de su municipio.

Alfredo Espinosa, primer consejero de Sanidad del Gobierno Vasco, el mismo que hoy preside Gotzone Sagardui, fue detenido en Zarautz por la Guardia Civil y ejecutado. Un policía armado le dio el tiro de gracia a Lluís Companys, presidente electo de la Generalitat catalana. Policías y guardia civiles voluntarios mataron en Burgos y Sardañola a los militantes vascos Ángel Otaegi y Txiki Paredes.

Entre los policías, la figura de Melitón Manzanas, agasajado con medallas laudatorias por Franco y Aznar, brilla entre centenares. Gisèle Halimi lo caracterizó antes de que su fama se le uniera a la tortura, contando cómo entregó a decenas de judíos a la Gestapo después de robarles sus pertenencias. Al inicio de la década de 1960, después de una redada contra EGI, las juventudes del PNV, unos pasquines identificaban a los torturadores: Eymar, Gabalcón, Pérez Abril, Manzanas, Nieto, Castro, Maestre, López Arribas, Palomo, Sierra, Urbano, García Escobar, Ellacuriaga… Comisarios policiales haciendo efectiva la ocupación.

El socialista Ramón Rubial, presidente del PSOE desde 1981 hasta su muerte en 1999, fue torturado. Al igual que su colega el médico Martin Santos, o Jokin Intza, del PNV, o el anarquista Auspicio Ruiz o el comunista Timoteo Plaza o Andoni Arrizabalaga (el protagonista de la canción "Itziarren Semea"). Como Iratxe Sorzabal, que será juzgada próximamente, según el resultado del Protocolo de Estambul que le aplicaron para conocer la veracidad de su denuncia. Joxe Arregi sufrió el interrogatorio de más de setenta policías y murió en la picana, como Esteban Muruetagoiena. Juan Antonio González Pacheco (Billy el Niño), Roberto Conesa… transmitieron el testigo a centenares de agentes jóvenes, una minoría condenados y la mayoría de ellos indultados. Según el Informe del IVAC encargado por el Gobierno vasco, 3.600 ciudadanos de la Comunidad Autónoma fueron torturados por policías y agentes beneméritos, el 71% después de la restauración monárquica de 1978.

El Informe Navajas (Fiscalía de la Audiencia Provincial de Gipuzkoa, 1989) apuntaba los lazos y ordenación del narcotráfico desde la comandancia de Intxaurrondo y la Comisaría de Irun. Los cantautores Etxamendi y Larralde compusieron una canción ("Zure kontzertu batez", 1980) en la que relatan la detención y violación tras un control policial de una joven de Orereta. Controles, por cierto, en los que, durante decenas de años, los detenidos sufrieron todo tipo de vejaciones y humillaciones. El agente Ginés Cecilia Rico mató al concejal Mikel Arregi en un control en Etxarri Aranatz. Guardia civiles sin identificar mataron en controles a Mikel Salegi en Añorga, a Gonzalo Pequeño en Lutxana, a Marian Barandiaran en Gasteiz. El policía Antonio Caba mató al travesti Vicente Vadillo en Orereta, la población donde tras una carga policial, los agentes robaron en los escaparates. El guardia civil José Martínez Salas descerrajó un tiro en la sien a la ecologista Gladys del Estal.

En diciembre de 1936, el lehendakari José Antonio Agirre disolvió la Guardia Civil y ordenó la detención de todos sus miembros. En junio de 1979, el Ayuntamiento de Iruñea pidió la retirada de las Fuerzas de Orden Público de Navarra (PNV, PSOE, HB). Por esas fechas, el senador Juan María Bandrés, que murió en 2011 siendo militante del PSOE, señaló que «la presencia de las Fuerzas de Orden en Euskadi es, de por sí, una provocación». En 2022, sin embargo, el lehendakari Iñigo Urkullu avala el informe encargado al Instituto Arrupe (Universidad de Deustu) en el que guardia civiles y policías son considerados «trabajadores en primera línea de la salvaguarda de las libertades públicas». El blanqueo promovido por su partido no tiene límites. ¡Qué vergüenza!

Fuente
https://www.naiz.eus/
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